SIETE COMIDAS
Cuando nos habíamos acostumbrado a tantas cosas raras en América; cuando sacábamos las sillitas tipo Van Gogh a la vereda al atardecer como todo el mundo ychupabamos sin asco el mate de la bmbilla de cualquier vecino,y las palmeras de la casa habian dejado de ser exoticas,cuando ya no nos asombamos para ver pasar el
lechero con la vaca y el ternerito, cuando el silbido del afilador, el ¡¡heeladoos,
Lapoonia, heeladoos! y el insistente gorjeo del zorzal ¿ o era una calandria’ se habían convertido en la música de fondo habitual de la siesta,cuando ya nos parecía normal
que las bananas se vendieran a un peso el cacho, papá decidió casarse de nuevo!
Hacía dos años que la organización de nuestra vida familiar funcionaba
bastante bien. Una vecina me había enseñado a cocinar siete comidas dierentes, una
para cada día de la semana:
Lunes: fideos
Martes: bifes con papas..
Jueves. milanesas con papas
Viernes pescado con papas
Sabado. puchero
Domingo. pollo con papas
Este sistema facilitaba notablemente la tarea de las compras y menos de una hora era suficiente para la creación del menú del día que yo efectuaba en la cocina
económica que daba al segundo patio.
La impieza estaba a cargo de Isabel, una santiagueña desdentada de edad indefeinible. Ella tendía las camas, pasaba el plumero y el escobillón. Nunca se nos ocurrió pensar que esto podría ser imsuficiente´- para nosotros, las cucarachas y las ocasionales pulgas formaban parte de la fauna propia de este país tropical.
Mis dos hermanos se integraron enseguida a la barra de los chicos del vecindario, se revolcaban en el suelo del potrero de la cuadra, jugaban a las bolitas, era campeones de –yo yo y adquirieron muy pronto un nutrido vocabulario… Solo después de mucho tiempo me di cuenta de que pretendía ser inglés lo que solían gritar
Al comienzo de los partidos de fútbol . ¿Auriedi? ¡Diez¡ ‘¿Are you ready? ¡Yes!
Un día, papá me preguntó si tenía ganas de volver a la escuela. Inmediata-
mente le aseguré que la dola idea me daba dolor de estómago. Por suerte estábamos
de acuerdo de que para una chica no era importante estudiar. Por lo tanto, mis días
siguieron plácidamente. Solamente tenía que ocuparme de las siete comidas . El
resto del tiempo lo dedicaba a leer novelas y tratar de entender los radioteatros
mientras tejía primorosas carpetitas al crochet.
Durante esa época, que duró dos años, fuimostres veces al centro. Las
Avenidas anchas y rectas, interminables, los rascacielos y el Cine Opera con su firmamento estrallado, sus balcones ornamentados ¡Qué maravilla!
Las persecusiones, los horrores vividos bajo el nazismo en Austria fueron
transformándose en vagos recuerdos. Savíamos que Europa estaba en guerra, pero
aquí estábamos muy lejos, a salvo.
En la primera visita de la novia de papá a nuestra casa, escuché por casualidad -?- que ella, con su blando acento ruso, intercalando muchas eñes y
revolviendo los vocales en la lengua:
- Fritz, querido, no pensarás que traeré a mis hijos a este barrio de pequeños burgueses. Estamos acostumbrados a otra cosa. Hablo también en interés de los tuyos. Tus varones se revuelcan en el duelo en lugar de estudiar, y a tu hija, casi
señorita, hay que sacarla de aquí antes de que la embaracen en el zaguán, como sueli
suceder en estas latitudes.
- Natasha, mi amor - entonces todavía se hablaban así -, por supuesto,
Tus opiniones merecen todo mi respeto. Pero estamos en América, procedamos democrátic.amente. Tenemos la costumbre de votar cuando se trata de tomar decisiones importantes. Votemos entre todos.
Ganó el bando de Natasha, ya que papá nos traicionó votando.
Eramos tres contra cuatro. Ganó el bando de Natasha, ya que papá nos
Traicionó votando en blanco.
Llegó el día de la mudanza y en el nuevo barrio nos llamó enseguida la
Atención que las calles esruvieran tan silenciosas. Nuestros vecinos eran invisibles,
Con la excepción del chofer de enfremte que se pasaba las horas lustrando un gran auto negro. Nosotros tampoco salíamos a hacer los mandados con el changuito, ni nada.
Ahora teníamos cocinera y mucama uniformadas y las compras se hacían por teléfono. Era abirridísimo.
Al poco iempo, Natasha le hizo ver a papá que yo no estaba haciendo nada útil en todo el día. A estudiar o a trabajar. Elegí el trabajo como mal menor y
Así terminó mi infancia.